30 ago 2015

Día veintidós

Marivi no tiene vacaciones, si acaso un paseo a la farmacia del pueblo, aventando el sopor con las varillas de su abanico, un ejemplar de palo santo burilado que remueve su perfume de artrosis y decepciones.
Al final de la plazoleta se aposta cada tarde un maduro de pelo blanco y casaca agrietada, fumador de cohibas, trasnochado de hierbabuena, de aspaviento retraído. Andrés entorna la mirada, esculpiendo sinsabores con el mentón alzado, preñado de habanos y ginebra, agónico ...de un infausto pasado.
Marivi se arranca a su paso pedazos de un nido vacío y clava su mirada en Andrés, despejando de su frente el mechón antiguo del olvido, impostando el deseo y alzando las enaguas de un prólogo de ficción y duermevela...

Marivi, la que nunca ama, la que de soledad siempre se quema...

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