30 ago 2015

Día veinticuatro

Andrés, el portugués con el que sueña Marivi, huele a vino de trincadeira y a cataplana vaporizada y se atiza la casaca con temple, en un intento de borrar las arrugas de su cara. En los atardeceres de frontera lusa, cuándo el sol cae sobre el Guadiana, Andrés se sienta frente al muelle, orientado al embarcadero, para añorar como cada estío, aquella esclavitud conservera que lo trajo hasta Ayamonte una mañana, dibujando, a lo lejos, los azulejos coloridos de las fachadas.  Marivi duerme con el postigo cerrado, en un sueño profundo y alquitranado, con el perdón incipiente de su pasado y la imagen de Andrés difuminada, mientras al otro lado de la acera, en el último café que aún no ha cerrado, se quema apresurado un cohíba, entre recuerdo de una pena insolvente y el de un melancólico fado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario