30 may 2015

Día cuatro

Día 4.

Mi amiga Isabel es pija, pero pija de ático en la buhaira y arrendadora de tres locales en los remedios.
Tiene una belleza invasiva, decimonónica, pendenciera, como si te escrutara con los ojos las ideas y te sincopara la calma. Los tejidos de su ropa casi siempre son de gasa, porque se adhieren a sus pliegues con la misma pulcritud con la que suenan sus tacones por casa. Usa rimel de chanel y cosmética de alta gama pero, a pesar de viajar a París una vez por semana, jamás ha sabido llenar una cama Sus ganas de hacer caja van acribillando a besos carteras y cuentas y cuándo ambas se vacían, Isabel se diluye y nunca más vuelve a coger el teléfono. Isabel no ostenta una maldad de prospecto intencionado y la gravedad de su soledad es una espiral atrincherada en la terquedad de sus sentimientos. Ella no puede enamorarse más que de halos y premios y desperdicia las horas en hacer sus propios recuentos.
Hemos tomado café con la discrepancia sostenida de dos amigas que comparten infancia, pero no proyectos. Si ella tiene un cerebro frío, matemático, sintiendo ecuaciones y apilando euros en sus puños, en lugar de versos, yo aún me quedo mirando al músico ucraniano que con su violín revuelve mi cuerpo.
Porque si los techos de Isabel tienen ladrillos, catastro y tantos por ciento, el mío, que sólo es uno, posee la parte alícuota e indivisible de un amor imperecedero cosido a remiendos.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario