30 ago 2015

Día veintiséis

A las once espera Marivi sentada en la balaustrada que asoma a la ría, con la sonrisa endeble de una madurez sombría, dejando entrever los restos de una belleza acuosa, casi atemperada, con el recuerdo infame del abandono gestado.

De todo cuánto guarda, nada le punza más que la ausencia de una última llamada y percibe en Andrés una hilera de desencanto adquirido, indolente y gastado, como la madera quebrada de la barca vieja que corona el embarcadero...

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