10 jun 2015

Día trece

Día trece.

Hoy no tengo que visitar a nadie.Me provoca desconsuelo la visita obligada cada cierto tiempo, ese mundo de ridiculez hilarante como la obligada despedida de un muerto.La vida está llena de formas sin fondo, de ritual viperino, de crítica azorada preñada de morbo.

Mi amiga Isabel cuenta que a su primo Santiago lo tachan de inestable, complicado y rojo.Lo que pasa es que Santiago, al que ví una vez atarse los cordones con desparpajo, respira las rutinas a su antojo ...y los amores le duran muy poco.De talante divertido y profundo, Santiago vive en el zulo de su propio tumulto y no acude a las cenas de familia porque, para ellos, vivir sin nómina es dar tumbos por el mundo.

Y él, que ha aprendido a coger sin pincharse del cactus los higos chumbos, anda descalzo por la arena y dibuja barcos sin rumbo. Isabel lo admira a escondidas, presa del corsé de sus principios y cada quince días le ayuda a limpiar el piso.Porque Santiago no tiene para lujos ni tatas pero tiene una mente que nunca le da la lata.Isabel ha puesto tres lavadoras y sufre espasmos de ciática cada media hora.De vuelta a casa ha parado en Santa Ángela, a pedir aceite curativo de esa monja menuda y rolliza a la que adora.Ella es mujer de creencias y cuenta corriente pero a su primo Santiago siempre lo tiene en mente.A las nueve hemos quedado en una bodeguita antigua y aceitosa del centro y mi única prisa, por el momento, es quitarme esta pena solidaria que siento.La voy a borrar con cervezas y aceitunas, así, con desparpajo, una por una.Y si pudiera, reventaría el apellido de Isabel, sus muertos y sus ancestros.

No hay nada más lúgubre que el desprecio.

Ni nada más esperpéntico que vanagloriarse de los méritos.

Sobre todo si son mediocres e impuestos.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario