19 jun 2015

Día diecisiete

Día diecisiete.
Esta mañana he pasado por el hospital porque han ingresado a mi tío Pedro. Los pasillos del hospital son asépticos y multiformes, con sombras de diagnóstico y escaleras enormes. La planta de psiquiatría es como un gueto de reojo, con sueros erguidos pringados de rojo, habitaciones de puertas convexas y pacientes de bragueta abierta.
Al fondo de la hilera de puertas está la ciento cuarenta y me acerco nerviosa, sujetando con fuerza mi ramo de rosas .Bordeo la segunda cama y me acerco a mi tío Pedro, inmóvil y yerto, perfumado con tufo de muerto. Percibo en su mano derecha la rigidez del que se agarra a la vida y frente a mí el cartel luminoso parpadea marcando "salida".
A mi tío Pedro le mata la pena, el recuerdo de Enrique, del sexo en verbenas, el beso furtivo, la mano entreabierta y el futuro absurdo detrás de la puerta.

Empina sus dedos, levanta sus ojos y crea un mundo que adjetiva a su antojo. Hace dos días que no ingiere alimentos y su riego trombótico se coagula por momentos. Mi tío Pedro tiene una depresión somatizada y su corazón naufraga en medio de la nada.Ha precipitado la vida y por mujer ha tenido una hermana y de cantar copla a escondidas se le murieron las ganas. Pedro ya no lucha, Pedro ya no come y vomita una vida impuesta, sin razón y por cojones.
Fue maricón de nacimiento, de burla y patrón siniestro y Enrique fue su amor, su ciénaga y su maestro. Isabel ha llegado y huele a naftalina añeja y se trae el punto al relevo, como si fuera una vieja. El gotero cae despacio, meticuloso y espeso y dice su psiquiatra que tiene falta de besos. Huele a fármaco, se mastican los antisépticos y qué pena que le prescriban amor a los que casi están muertos.
Marivi me espera al otro lado de la avenida. Sonríe con paciencia y presencia diluida y resignada susurra "así es la vida".
No, no es la vida, la vida la hacemos nosotros.
Aunque, a decir verdad, los puentes de Roma están llenos de cerrojos.
Porque siempre habrá amor dónde habiten unos ojos.



 

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