26 jun 2015

Día dieciocho


Amina cocina baklava meciendo sus veinte años y hornea mientras limpia el almíbar de los paños. Tiene zapatos de pico y las cejas greñudas y una cicatriz que empalidece sus entrepiernas menudas. Su mudez es agitada y su ademán disconforme y su mirada huidiza descansa bajo unos ojos enormes. Trabaja con esmero el limón y las nueces y limpia una lápida blanca anclada bajo dos cipreses. Amina se prende en la memoria de un embrión muerto y se libera y se condena mientras se arranca su pelo suelto. La han violado cien veces y le han rajado el abrigo y yace junto a los cipreses el desgarro de su ombligo. Ha oído la plegaria hemorrágica de tripa abierta y descalza ha acariciado los disparos en su cabeza.

 Mira al bósforo despejado, indómito e incierto y cicatriza paredes grises y espejismos en el desierto. Ha perdido el habla y le han reventado los dientes y desde su infierno de muerte maldice su mala suerte. Su mirada ha visto decapitar a los indefensos y llora cada mañana las raíces de sus muertos. Ha sido vejada a palos, reventada a culetazos y le salva el prólogo breve de un corán roto a pedazos. Amina no tiene útero y le pinchan los ovarios y arranca hojas vacías a la pena de su diario. Quiso hablar un día, para pregonar su inocencia y le arrancaron la lengua, con odio y sin indulgencia.

Amina es libre hoy, con las yagas de sus historias y sólo le pesa negro el punzón de su memoria.

 

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